Delante de mi tres proyectos de compañeros de camino hacia el "cambio metodológico". Tres proyectos de tres amantes de la educación que no "se duermen en los laureles". Ante mi, tres proyectos que he tenido que evaluar con ciertos miedos y ciertas incertidumbres. Y lo bueno de todo ello es que a mi también me evalúan. En una cultura de excelencia la evaluación es necesaria para la mejora. Pero todavía nos sentimos apegados a otro paradigma, el de la exigencia que crea recelo, frustración y un tanto antipatía en la empresa de ser evaluado.
Un recién llegado a la Flipper osa poner en "tela de juicio" un conjunto de elementos que van destinados a hacer de la clase más que un santuario de elefantes un verdadero hervidero y laboratorio de interacciones. Y a esto añado un recién nacido a este modelo de trabajo.
Sin embargo, no hemos tenido gran problema cuando al evaluar hemos recorrido los séis items que el tutor ha propuesto para la evaluación. Te da seguridad. Y lo mejor es descubrir lo políedrico que resulta el tema. Todo los proyectos son viables, pero cada uno tiene "su cadaunada". La materia a la que pertenecen, las inquietudes que se vislumbran, las herramientas que se eligen, las fortalezas de cada uno.... Una riqueza que te altera, conmueve y te alimenta. Por ello, se hace necesaria una cultura de este tipo. Nos evaluamos no para arrancarnos la piel, sino para embellecerla. A todos nos une un objetivo común mejorar, y dar lo mejor de nosotros mismos a nuestros alumnos.
He de terminar diciendo que no sólo no he aprendido enfrentándome a este reto sino que he mejorado como docente para ser dócil y auto-evaluarme. No hay cosa peor que el engreimiento y la soberbia. Así no se aprende, mejor dicho así no se "desaprende". El oficio de docente tiene un problema grave y es que pronto se olvida que fuiste "clavo" y te situas en el pedestal del "martillo". Por ello, nunca dejamos de aprender, porque nunca es el mismo alumno el que está esperando nuestra pregunta.
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